Sherlock Holmes y la francmasonería victoriana
Hablar de la sociedad victoriana de finales del siglo XIX es hablar de la masonería. Su difusión gracias a la expansión económica del imperio británico supuso el caldo de cultivo para que muchos de los grandes protagonistas de la historia de aquella época estuvieran vinculados de una u otra manera a la masonería. Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, no fue una excepción.
La sociedad en la que se desarrollan las
aventuras de Holmes (aquella en la que nació, se educó y vivió su
autor) tiene una visión del mundo propia. Se trata de un imperio que
desde su metrópoli exporta principios éticos mientas importa materias
primas. Un código que valora por encima de todo la atemperación en las
formas pero el extremo en los principios y las experiencias. Cuyos
héroes reales y de ficción se caracterizan por sufrir tormento sin
traicionar a sus compañeros manteniendo media sonrisa y sorna flemática.
Capaces de arriesgar sus vidas en los fríos polares, las batallas más
sangrientas y las selvas más alejadas.. pero llevando su Inglaterra
donde vayan, vistiéndose para cenar y desplegando la loza en medio de la
sabana para el té de las cinco o el champan en el polo para las
celebraciones. Con clase. Con corrección y elegancia.
Mientras otros autores
contemporáneos como Kipling fijan su atención en la faceta más
aventurera del gran juego en tierras lejanas y exóticas, Conan Doyle
representa la aventura cosmopolita y urbanita que se desarrolla en la
gran metrópolis desde la que se gobierna el mundo. Y también lo plantea
con sus personajes como un gran juego siempre a punto de empezar.
Conan Doyle y la francmasonería
Uno de los rasgos menos conocidos de la
personalidad de este autor por el gran público español es su adscripción
a la Francmasonería. Desvelar este dato ya es un spoiler en sí mismo
respecto a la novela “Sherlock Holmes y el caso del mandil francmasón”
así que para todo lo relacionado con este tema me remito a la tesis que
en ella sostengo a través de mis personajes. El lector de este texto
habrá de dirigirse a ella si quiere saber más sobre este interesante
tema. (Nota mía: no he sido capaz de encontrar un enlace a esta tesis, por lo que me disculpo)
La pertenencia a la masonería
era para un británico “de pro” en plena época victoriana (en la que el
propio príncipe Eduardo era cabeza de la orden) una derivada lógica.
La masonería moderna había nacido en
Londres en 1717 y se había extendido rápidamente acompañando al imperio
en su crecimiento como parte misma del fenómeno. Curioso ejercicio de
laboratorio en el que para huir de la separación de clases se
establecían marcadas jerarquías internas, para tratarse con tolerancia
de iguales sin la diferencia enfrentadora de las religiones se fijaban
rituales y liturgias milimétricos, en el que para salir de la ahogante
sociedad victoriana excesivamente formalista y pacata enamorada de sí
misma hasta el punto de crear una cierta idealización romántica
fantástica y autocomplaciente con sus súbditos, se creaban
ambientaciones teatrales y cargadas de un rico simbolismo
proveniente del mundo de los obreros y la construcción de las
catedrales góticas. Paradoja la de una orden que nace para permitir a
sus miembros ejercer el librepensamiento y la ayuda mutua extendiendo
por el mundo principios e ideales liberales y que servirá en su devenir a
revoluciones burguesas (Francia, Estados Unidos, Sudamérica, Cádiz) pero que termina siendo uno de los mayores símbolos de la época victoriana e imperial.
En aquella época cada pequeña localidad y
regimiento por todo el imperio contaba con su propia Logia en la que
los hombres departían libremente fuera de las estrictas normas de clase
de la sociedad “profana”, convivían socialmente, se relacionaban como
iguales, desarrollaban su comunidad, ejercían la caridad y la tolerancia
mutua, construían en paralelo su propia individualidad reforzándose
entre ellos su visión personal y su sentido de ayuda, fraternidad y hermandad.
Ese rasgo de iniciadora y de vigilante
de la pureza de los comienzos hizo que la masonería británica tuviera en
su evolución caracteres propios y reconocibles. No es el menor de ellos
el elitismo de arrogarse el derecho de dar carta de legalidad (regularidad)
a las “verdaderas” masonerías que vayan apareciendo por el mundo. El
intento de alejarse ante los poderes políticos, religiosos y económicos,
de la visión de revolucionaria que en otros países empezó a tener
gracias a las posibilidades que el secretismo de sus juramentos permitía
a los conspiradores, también contribuyó a hacer de la masonería de
corte inglesa una hermandad más conservadora y volcada en los aspectos
menos “sociales” a cambio de ejercer la caridad paternalista de los
pudientes que en ella se reunían a modo de club. Otros derroteros siguió
la masonería de cortes francés y alemán a partir de aquel momento.
(Juan Antonio Espeso, maestro masón en la Gran Logia Simbólica Española)