VorMel...

VorMel...
“Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios; y se les dieron Siete Trompetas. Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto.” (Apocalipsis8, 2-5) Los nombres de los siete ángeles son Miguel, Gabriel, Rafael, Uriel, Jofiel, Shamuel, Zadkiel. En la profecía, nadie habló de VorMel. O bien no es un ángel o bien tiene otra profecía que contar...

martes, 28 de marzo de 2023

"Navegantes del tiempo", de Sjón


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o todo lo que lee un servidor de ustedes es literatura gótica, claro está. Leo bastante de divulgación, de espiritismo (aunque reconozco que, en general, los autores y médiums brasileños consiguen subirme el nivel de azúcar de la sangre), literatura oriental y, últimamente, literatura nórdica. Aparte, claro está, cuestiones varias que no sabría si calificar como espiritualidad o filosofía. Tanto da.

Lo que sí he desarrollado es una lucecita que, en cuanto surge algún atisbo de "goticidad" en cualquier relato, artículo o novela, se me enciende. Y eso me ha pasado recientemente con la novela "Navegantes del tiempo", del escritor islandés Sjón, del cual, por cierto, ya he leído tres novelas suyas y debo decir que me gusta mucho.

Presentemos primero al autor. De nombre completo Sigurjón Birgir Sigurðsson (Reikiavik, 1962) -no pretendas memorizar su nombre- es un artista islandés que comenzó su carrera con 16 años publicando Sýnir (Visiones, 1978). Fue uno de los líderes del grupo artístico Medúsa. Aunque se ha dedicado sobre todo a la poesía también ha tocado otras artes y se le conoce por colaborar con la cantante Björk, participar en la película también protagonizada por esta cantante "Dancer in the Dark" (Lars von Trier) y escribir junto a Robert Eggers la película "The Northman". Ampliamente galardonado, sus libros han sido traducidos a varios idiomas.

En una presentación muy cuidada y magníficamente traducida por la editorial "Nórdica Libros", se revela en la misma una pequeña sinopsis de la novela de la que destaco lo siguiente: "Es el año 1949 y Valdimar Haraldsson, un islandés de excéntricas ideas sobre la influencia del consumo de pescado en la civilización nórdica, ha tenido la extraordinaria suerte de ser invitado a viajar en un barco mercante danés en su camino hacia el Mar Negro. Entre la tripulación está el héroe mítico Céneo, enrolado como segundo de a bordo, quien todas las noches después de la cena narra a sus compañeros de viaje sus aventuras a bordo del Argo en su travesía para recuperar el vellocino de oro".

No es mi intención realizar una crítica literaria de la obra, ni mucho menos del estilo del autor. Éste es un blog sobre literatura gótica y a ello me voy a ceñir.

A priori esta novela no tendría por qué ser reseñada aquí. Es más, posiblemente ni se le pasó por la cabeza al autor que "Navegantes del tiempo" fuera objeto de un comentario de literatura gótica pero es que, quizá sin pretenderlo, lo ha logrado. Y es que, al hilo del desarrollo de la novela, el barco mercante danés en el que el protagonista viaja como "supernumerario" (ojo, no como "miembro del Opus Dei que se pueda casar" sino que así se llamaban también -aunque ya no se estila- a los que embarcaban en mercantes sin formar parte de la tripulación); decía que el barco llega a un fiordo noruego y entonces, de una manera tan sutil el escritor describe el lugar, el puerto, el misterio de esas aguas frías, que uno no puede sino rememorar el primer capítulo de otra novela gótica por excelencia: "Frankenstein, o el eterno Prometeo", de nuestra querida Mary Shelley.

Recordemos que en Frankenstein, uno de los momentos más tenebrosos y que nos provocan "uncanny" (escalofríos góticos) no es cuando Victor Frankenstein recoge trozos de cadáveres, los une y le aplica nosecuántos voltios para hacer revivir al monstruo. No; el momento más espeluznante se da en la introducción, cuando narra un barco aislado en el frío del norte, entre los hielos del polo, la tripulación aislada preguntándose que qué será de ellos, si los víveres alcanzarán los días de aislamiento, no hay ruidos, más que el viento polar, algún crujido en la noche, luz tenue y, de repente, en el horizonte, aparece ese ser grande, enorme, en un trineo... que no debería estar allí.

El aislamiento, bien sea por causas atmosféricas (tormenta, huracán), marítima (submarinos, bases marinas, plataformas petrolíferas), espacial (transbordador, viajes espaciales) o geográfico (escaladores de cordilleras, exploradores, bases polares) ha sido ampliamente tratado en la literatura y en el cine y, si se dan el resto de condiciones de goticidad (misterio, contexto, seres inexplicables, etc.) perfectamente podrían catalogarse de "góticas". Pensemos en películas como "identidad", "Ex-Machina", "En lo más oscuro de la montaña", o la película vampírica "30 días de noche". Y, por supuesto, no olvidemos el maravilloso relato de H.P. Lovecraft "En las montañas de la locura".

Pues bien, sin condescender a esos extremos, Sjón, consigue una cierta dosis de "goticidad" en un momento de aislamiento en el barco donde se suceden una serie de fenómenos extraños, no explicados, casi al final de la narración. Todo ello sin olvidar la genial incorporación del episodio mitológico de "Jasón o el Vellocino de Oro". No en vano, nuestra maestra de literatura gótica, Mirari Bueno, a la que nunca expresaremos suficientemente nuestro agradecimiento por iniciarnos en el género gótico, en la Casa del Barrio de Carabanchel, Madrid, no se cansaba de decirnos "Leed a los clásicos, pues los clásicos contienen el pilar que os permitirá comprender mejor a los escritores góticos posteriores".

Pues eso; ya sabéis.

jueves, 23 de marzo de 2023

"Zanoni o el secreto de los inmortales", de Edward Bulwer Lytton


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cabo de terminar la lectura de un libro más de la colección que estamos haciendo en casa de "Valdemar-Gótica": "Zanoni o el secreto de los inmortales", escrita en 1842 por el autor inglés Edward Bulwer Lytton, más conocido en España por "los últimos días de Pompeya" novela que, en mis años mozos, era de obligada lectura en la asignatura de latín, en el instituto, por la excelente forma de excitar la imaginación del alumno sobre la vida cotidiana en la Antigua Roma.

En cuanto a "Zanoni", y lo digo ya clara y directamente, nada más empezar este artículo, no me parece que deba ser catalogado como literatura gótica. No es una novela gótica, pese a quien pese. Lo siento, señores de Ediciones Valdemar pero un servidor, cliente de ustedes y que se está dejando unos buenos dineros en completar la línea "Gótica Valdemar", en este caso, y por honor a la sinceridad, debe afirmarlo una vez más: "ni son todos los que están, ni están todos los que son".

De hecho, una buena primera parte de la novela, más que siquiera novela fantástica, yo la calificaría como romance o novela de esas de tipo "galantes" y, de acuerdo, tiene sus momentos de dificultad, porque la vida es así, pero mucho más próximo a la galantería cortesana de "La Princesa de Cleves" que al Judío Errante, Fausto o el Vampiro que, por cierto, en la contraportada de la novela, se atreven a citar.

A modo de introducción, el autor confiesa: "... Sucedió que hace algunos años, en mis días de juventud, sentí el deseo de familiarizarme con los verdaderos orígenes y principios de la singular secta conocida con el nombre de Rosacruces y llegó a mis manos un manuscrito escrito en la cifra más ininteligible"; manuscrito que, por interpretación del propio autor, se convirtió en Zanoni.

Cuenta, por tanto, la historia de este señor, quien ha vivido desde la civilización caldea y es un hermano rosacruz intemporal, que no puede enamorarse sin perder su poder de inmortalidad. Pero ¡ay! se enamora de Viola Pisani, una joven y prometedora cantante de ópera de Nápoles, hija de Pisani, un violinista italiano incomprendido. Por su lado, aparecen otros personajes, como la de un caballero inglés, llamado Glyndon, que también ama a Viola, pero se muestra indeciso a la hora de proponerle matrimonio y luego renuncia a su amor para dedicarse al estudio del ocultismo. Todo un folletín ambientado en el entorno de la época del terror que sucedió a la Revolución Francesa.


Y hasta aquí puedo contar, para no fastidiar la lectura a quien desee acometerla. Pero vayamos al meollo del asunto: el género literario de esta novela que, según mi tesis, no es "gótico". 

Como de costumbre, me voy a basar en los requisitos contemplados por César Rodríguez Fuentes en su estudio "mundo gótico", entre los que se encuentran: una ambientación en la que el hecho arquitectónico medieval es importante (castillo, torre, caserón, navío...), una atmósfera de misterio y suspense, desapariciones, sorpresas en el linaje de los protagonistas, existencia de profecías ancestrales, historias sobrenaturales o de difícil explicación, emociones desbocadas (pánico, paranoias, desmayos, "enfermedades góticas" de larga duración...), erotismo larvado y, sobre todo, bien lo sabéis pues no paro de repetirlo: sensación de "uncanny", esa palabreja sin traducción al español, que nos viene a decir, esa sensación de desasosiego, escalofrío que uno tiene cuando uno lee una novela gótica de pura cepa y que le lleva a decir "tráeme la rebequita que me la echo por los hombros".

Pues bien, Zanoni no tiene nada de nada de eso. No cumple prácticamente ninguno de esos requisitos. Y conste que quien les escribe, osea yo, tiende a tener la mano más bien ancha para abarcar cualquier atisbo de género gótico, al punto de, como bien sabe quien sigue este blog, he considerado "góticas" novelas como "relatos de sangre y misterio", de Conan Doyle, o "el retrato de Dorian Gray", de Oscar Wilde. Cito esta última porque, tocando también el tema de la inmortalidad sí que, por el contrario, dota de cierta goticidad su escrito creando, quizá, un ambiente desasosegante.

No así Zanoni. Entendedme; no me parece una mala novela, que no hablamos de eso. Pero "sin uncanny no hay goticidad". Y punto.